Sueño con tigres (tirando a perro)


Dreamtigers 1

En la infancia yo ejercí con fervor la adoración del tigre: no el tigre overo de los camalotes del Paraná y de la confusión amazónica, sino el tigre rayado, asiático, real, que sólo pueden afrontar los hombres de guerra sobre un castillo encima de un elefante. Yo solía demorarme sin fin ante una de las jaulas en el Zoológico; yo apreciaba las vastas enciclopedias y los libros de historia natural, por el esplendor de sus tigres. Todavía me acuerdo de esas figuras: yo que no puedo recordar sin error la frente o la sonrisa de una mujer (…) Jorge Luis BORGES; “Dreamtigers”

Durante los 50 años que siguieron a las guerras independentistas en América Latina (entre 1820 y 1860) el panorama en cuanto a crecimiento económico en la región fue, en general, decepcionante. Los vestigios del sistema colonial no terminaban de disolverse y aún coexistían redes de producción capitalista y no capitalista, trabajo asalariado y esclavitud, artesanos y campesinos; propiedad comunal y propiedad privada, control de las tierras por autoridades públicas y eclesiásticas, etc. Sin embargo, durante el período 1870 – 1914, la organización económica de la región se transformaría definitivamente como consecuencia de los avances institucionales y tecnológicos que signaron esa época. El motor principal de este crecimiento lo constituyó la producción industrial en los países centrales del Atlántico Norte, que demandaba cada vez más bienes primarios procedentes de las economías periféricas. A lo largo de todo el continente, al entrar en el último tercio del siglo XIX (1870 /1900) el clima económico empezó a adquirir un carácter más sosegado; poco a poco la autoridad gubernamental fue haciéndose más estable y omnipresente. El ritmo de la economía fue marcado casi totalmente por el crecimiento del comercio internacional y América Latina se incorporaba al comercio mundial como neta región productora de materias primas.

Dreamtigers 2

(…) Pasó la infancia, caducaron los tigres y su pasión, pero todavía están en mis sueños. En esa napa sumergida o caótica siguen prevaleciendo y así: dormido, me distrae un sueño cualquiera y de pronto sé que es un sueño. Suelo pensar entonces: Éste es un sueño, una pura invención de mi voluntad, y ya que tengo un ilimitado poder, voy a causar un tigre. Op Cit.

- América Latina avanzaba decidida hacia el progreso económico, y su voluntad ya no era la de simplemente imitar y adoptar el sistema que motorizaba a las grandes metrópolis externas. Parecía que las condiciones estaban dadas para que el continente causara su propio tigre, y para ello, debían sentarse las bases para el nacimiento de un capitalismo vernáculo. Así, el desarrollo capitalista comenzó a consolidarse a través de sus tres pilares: tierra, trabajo y capital: Se expropió la tierra que se encontraban en manos de la población indígena (“expropiar” es un término piadoso para describir el exterminio, saqueo y confinamiento de los pueblos originarios de América) y se avanzó sobre la tierra que se encontraba en poder de corporaciones u organismos que las mantenían ociosas, como la Iglesia. El trabajo provino de las masivas emigraciones de Europa, y en general, de la explotación de trabajadores en países donde había una nutrida población indígena, con leyes relativas al vagabundeo (por supuesto, sólo aplicables a los indígenas) y que se utilizaban para obligarlos a trabajar. Y el capital provino de la extraordinaria transferencia de inversiones que llevaron a cabo los países centrales, principalmente de Gran Bretaña, Francia y Alemania, debido a que las fronteras nacionales todavía se hallaban casi libres de restricciones oficiales. De esta manera, aprovechando las condiciones que a la sazón iban manifestándose en los mercados de productos, el capital extranjero penetró en América Latina en cantidades sin precedentes; y probablemente fue en este factor, más que en ningún otro, donde el tigre que América Latina estaba criando y alimentando como propio, mostró su verdadera naturaleza depredadora.

Dreamtigers 3

(…) ¡Oh, incompetencia! Nunca mis sueños saben engendrar la apetecida fiera. Aparece el tigre, eso sí, pero disecado o endeble, o con impuras variaciones de forma, o de un tamaño inadmisible, o harto fugaz, o tirando a perro o a pájaro. Op. Cit.

Las elites gobernantes de la región se entusiasmaron con los beneficios que percibían como modernización. El capitalismo se erigió como el modo de producción hegemónico entre los diversos tipos que existían. Sin embargo, a pesar del crecimiento y la acumulación de la época, el tigre soñado por los latinoamericanos se había transfigurado totalmente. Hacia 1880, el avance de una economía primaria y exportadora se había presentado como la sustitución del viejo sistema colonial por un nuevo sistema que nacía a partir de la alianza entre las clases altas locales y los intereses de Europa y Estados Unidos. No obstante, esta alianza comenzó a desdibujarse y hacia los albores de la primera guerra mundial, ya se había convertido en una hegemonía llevada a cabo por estas metrópolis centrales. El nuevo pacto colonial comenzó a modificarse a favor de las metrópolis. La distribución de tareas entre ellas y las clases altas locales, aún allí donde se mantenía, adquirió un sentido nuevo gracias a la organización cada vez menos libre de los mercados, y vinculada sobre todo con la actuación de las estructuras financieras extranjeras. Algunas actividades primarias, sobre todo la minería, que exigen desde el comienzo aportes considerables de capital, pasaron precozmente al dominio de las economías metropolitanas. La misma complejidad creciente de las actividades vinculadas con el trasporte y la comercialización multiplicó el control extranjero. Ferrocarriles, frigoríficos, silos de cereales e ingenios de azúcar pasaron a ser enclaves de la economía metropolitana en tierras marginales. Hacia 1910 la alianza entre intereses metropolitanos y clases altas locales ya había sido reemplazada por una hegemonía no compartida de los primeros.

Epílogo

Lo que sigue es historia conocida. Las empresas extranjeras pusieron en su lugar a las aristocracias locales y redefinieron su romance en términos más promiscuos. Las oligarquías vernáculas, orgullosas novias de los capitales ingleses y norteamericanos, se dieron cuenta que en realidad eran sólo sus prostitutas, y aunque no fue agradable descubrirlo, prefirieron y prefieren el dinero del “pase” al costo de la dignidad, aunque sus pasaportes les recuerden su condición cada vez que viajan a visitar al primer mundo de sus sueños. De esta forma, el tigre de Borges se transformó en gato.

Después de la 2º guerra mundial ocurrió un derrotero de sinceramientos.

El capital extranjero habló con sus prostitutas locales y les dijo que además de los “servicios” habituales iban a tener que hacer ciertas tareas domésticas como la limpieza, y así se sucedió el establecimiento de dictaduras represivas con la sistemática matanza de decenas de miles de mujeres y hombres, ligados o no a movimientos que proponían transformaciones sociales que tenían que ver con aquella dignidad que había sido sacrificada a favor de la minoría prostituida (o minoría pro, como prefieren autodenominarse).

Hoy la lucha continúa. Las aristocracias locales no odian a los anarquistas, a los comunistas o a los terroristas. No odian a Fidel, a Evo, a Chavez, o a Correa. No odian a los indios ni a los negros, no odian a los piqueteros argentinos que hacen barrios en Jujuy ni a los tupamaros que están por ganar las elecciones en Uruguay.

Lo que realmente odian es que los pobres pretendan con su trabajo acceder a las comodidades que ellas sólo pudieron tener sometiéndose a los caprichos del señor europeo y del señor norteamericano.

Lo que realmente odian es que los pobres tengan lo que ellos nunca podrán comprar: ...dignidad.

Lucas Bols

Mendoza, 1º de Noviembre de 2009

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