
Cuando llegó el momento de renovar a las autoridades fueron muchos los que se presentaron. Tan descreída estaba la gente que le daba lo mismo uno u otro ya que todos se desenvolverían de la misma manera. De común acuerdo se estableció una fecha en la cual se juntarían y saldría el elegido.
La indecisión de la gente provocó que un aura de intranquilidad, densa como la bruma, recorriera las calles de la ciudad. Aquellos que se habían propuesto para los cargos, veían esto como una gran oportunidad ya que la gente parecía ser bastante maleable. Era tanto el afán de estos candidatos que decidieron frecuentar los bares, las plazas y los clubes para recalar las ideas principales de la mayoría de los ciudadanos sobré qué pasos seguir. Ya hacia largo rato que la gente no era escuchada, tal vez ahora la cosa cambiaría. Dentro de este grupo de jóvenes entusiastas se distinguió uno en particular, un gordito que proclamaba con altisonancia todas las ideas que pondría en marcha si le daban la posibilidad de ser la autoridad máxima. Tanto que se llamaba a si mismo, el hombre del futuro.
No había grandes diferencias entre los promesas de cada uno de los candidatos por lo que el día prefijado la mayoría optó por designar en el cargo al gordito simpaticón que se ufanaba hablando del futuro. Esa noche hubo grandes festejos en agradecimiento de la decisión tomada y algunas palabras recalcando aquello que ya había repetido hasta el cansancio.
Días más tarde alguien se lo encontró en un bar de la ciudad y le preguntó qué andaba haciendo tomando un café con leche en horario laboral. Él le contesto con las mismas palabras que había pronunciado el día de la fiesta y que todos conocían.
Los días prosiguieron ante la llamativa inactividad del hombre del futuro. La gente sorprendida empezó a rumorear la serenidad de los acontecimientos, y de a poco comenzó un intenso zumbido que intranquilizó a la mayoría. Un audaz ciudadano al cruzarse con el hombre del futro le cuestionó lo que toda la población rumoreaba, y éste le contestó que estaban trabajando en las propuestas que les había hecho. Esta escena se repitió varias veces más hasta que pronto quedó en el olvido.
Dos o tres años después, nadie sabe exactamente cuándo, una periodista llegada desde otras tierras se enteró de lo que había sucedido, e indignada decidió tomar al toro por las astas. Le costó dar con el hombre del futuro porque ya nadie recordaba ni siquiera dónde era que trabajaba, y cuando lo hizo, en un descuido, lo increpó:
- ¡Señor del futuro!, ¿Porqué todavía no cumplió con todo lo que prometió en su campaña?
- Soy el hombre del futuro… aquí la gente vive en el presente, y a veces en el pasado. No puedo hacer nada contra de eso, aunque estamos trabajando para cambiarlo.
- ¡Señor gobernador!... el futuro llegó hace rato.
Esteban Marcussi
24 de julio de 2009
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