Aguafuertes mendocinas: IMSOMNIO



Cuando Federico salió del trabajo envuelto en su autismo de cansancio y música en mp3, tomó el colectivo de siempre, se sentó como era costumbre frente a la puerta de enfrente para evitar tener que ceder el asiento o darle charla a algún despabilado.

Se bajó, caminó las mismas cinco cuadras de todos los días y otra vez en la puerta de edificio se congregaba un reducido grupo de vecinos discutiendo vaya a saber uno que estupidez. Saludó tibiamente y cuando le hicieron señas para que se quedara se excusó argumentando alguna falsa tardanza. Le insistieron. Él también insistió.

Federico odiaba esas reuniones de consorcio en donde las viejas aprovechaban para contar chismes y criticar a los más jóvenes. No servían para nada, pensaba.

Al entrar a su departamento, dejó el bolso de trabajo sobre una de las tres sillas que poseía la mesa para seis, calentó agua para unos mates y entró a bañarse.

Ya recompuesto de una larga jornada de trabajo analizando riesgos crediticios para una compañía extranjera se sentó en su computadora para actualizarse de las noticias del día. Leyó dos diarios nacionales y otros tantos extranjeros. Prendió la radio para sentirse acompañado y repasó las tareas del día siguiente.

La heladera no ofrecía una buena cena por lo que recurrió, como ya era costumbre, al delivery. Pidió unas empanadas y una gaseosa.

La madrugada llegaba y Federico no era bueno conciliando el sueño. Hacía tiempo que no podía dormir bien. Las pastillas de antaño fueron prohibidas por su médico aduciendo algo así como que un pibe de 23 años no puede valerse de somníferos para dormir.

Deambuló un poco en quehaceres domésticos hasta llegada la madrugada. Aprovechó para hacer un poco de gimnasia en una máquina que compró hace un tiempo porque ya no tenía tiempo para ir al club. Daban las 3 en el reloj, y aprovecho para comunicarse a través de Internet con su novia de México. Gracias a los adelantos de la tecnología, Federico no sólo logró conseguir novia sino además mantenía encendida la llama de la pasión. Cuando se despidieron, Federico recordó que se acercaba el día de la madre, y que no tenía nada en mente. Chequeó la web de una empresa que sugería distintos tipos de regalos según la ocasión y además vendía. Así que escuchó las sugerencias y luego le compró, una cartera o una bufanda, una de las dos. Por suerte esa misma empresa, enviaba los regalos al domicilio del agasajado con una tarjeta afectiva.

Las 6 de la mañana llegaron de repente y lo encontró a Federico jugando con su grupo de amigos a un videojuego en red. Hacía más de un mes que no podían pasar de nivel ya que en esa instancia se requería una sincronización que no lograban.

El tan ansiado sueño no iba a llegar, así que decidió bañarse temprano, desayunar largamente y hacer tiempo para irse a trabajar.

Federico vivía el mundo a través de la tecnología. Hacia tiempo que no se juntaba con sus amigos de la infancia, ya no salía en grupo a bailar ni aparecía por el club que lo vio brillar como futbolista. Nunca supo cómo fue que su vida se había convertido en una tragedia. Tanto se encerró en sí mismo que ya ahora no sabía cómo hacer para retomar su vieja y preciada infancia. Desde hacía unos años todas sus noches eran iguales a ésta, salvo aquellas en las que se las pasaba llorando.

Por Esteban Marcussi


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